Por un extraño designio de la suerte, la serie de la que se pensó que había dado todo lo que tenía que dar en 3 temporadas en Fox, vuelve 7 años después, con un formato adaptado al inmenso público que se formó desde su cancelación, verdaderos fans, numerosos e incomprendidos, que compraron sus dvd’s y dieron play miles de veces a sus videos haciendo que las palabras «Arrested Development» rodasen como una la bola de nieve hasta hacerla aparecer en una nueva temporada en Netflix, una empresa de entretenimiento de la Internet.
Y bien, hoy es una realidad, la cuarta temporada de la serie ya se está emitiendo en microepisodios o clips que retoman a cada personaje transcurrido el tiempo. Que ha pasado y en algunos de los actores se nota más, tal es el caso de Michael Cera. Jason Bateman sigue pareciendo un candidato a la alcaldía y Will Arnett un muñeco de cera de sí mismo. El personaje de Jessica Walter continúa en esa lenta maceración de lujo y la maledicencia… Pero, ¿y el estilo? ¿Es Arrested Development tan personal y novedosa como lo fue en sus primeros años?
Si recordamos, la serie seguía la historia de los Bluth, una familia acaudalada que sufre un desclase debido a los negocios fraudulentos y ocultos del patriarca Bluth, por el que terminan mudándose a una casa en los suburbios y administrando un negocio de plátanos congelados. Al centro estaba Michael Bluth (Jason Bateman), el nuevo motor de la familia, intentando ser un hombre tan decente como próspero pero sin poder evitar muchas veces ser un materialista culposo. George Bluth, su padre, aún estaba intentando darle lecciones de vida y convertirlo en un tiburón de los negocios; Lucille (Jessica Walter), su madre aparecía siempre hipercrítica y arrojando humo de un cigarrillo. También estaban su hermano G.O.B (Will Arnett), el mago fallido capaz de arruinar cualquier negocio, y George Michael (Michael Cera), su hijo, decente y aplicado, pero finalmente un adolescente: deambula enamorado de su prima.
Todo funcionaba bien cuando los actores podían ser reunidos en un plató, a disposición de aquellos guionistas que habían sido parte de los sitcoms célebres de décadas pasadas, y con la producción de Ron Howard y la mano creativa de Mitchell Hurwitz para manejar ese código de omnisciencia con estilo cinema verité que sacaba lustre a la cámara en mano. Sin embargo varios de esos actores, justamente por haber pasado por Arrested Development, están embarcados en proyectos más ambiciosos que les impiden dedicar una temporada de ocho meses a la magia de un sitcom. Si la historia es difícil de retomar sin la reunión de los actores, lo que le queda explotar a la nueva franquicia de Netflix son los personajes, que tomados de forma independiente, y siguiendo inesperados hilos cronológicos, vuelven a dar de sí y mostrar más de los que se les conocía. Y allí están, con sus frases, sonrisas de circunstancia y gags visuales, con ese ritmo que ahora encadenará chistes que sólo podrá ser entendido en largas y fanatizantes retrospectivas, con la gracia que los hizo ganar el premio Emmy e influenciar a series como 30 Rock. Hoy todo sin tandas comerciales y a dos clicks de distancia.